Tradición, Innovación y Pasión
La región vinícola de Mendoza, en el corazón de Argentina, es reconocida mundialmente por su calidad y tradición. Pero su historia va mucho más allá de variedades y bodegas: es una saga fascinante que recorre siglos de evolución, desde los pueblos originarios hasta la innovación del presente.
Antes de la llegada de los españoles, los Huarpes ya cultivaban viñedos en las faldas de los Andes. Gracias a sus ingeniosas acequias, lograron aprovechar el escaso recurso hídrico y cultivar variedades autóctonas como la Criolla Grande y la Moscatel.
Con la llegada de los colonizadores en el siglo XVI, Mendoza recibió nuevas variedades europeas como Malbec, Cabernet Sauvignon y Merlot. Los jesuitas fueron clave en el desarrollo, fundando viñedos y transmitiendo técnicas avanzadas de cultivo y vinificación.
La llegada de inmigrantes italianos y españoles trajo conocimientos enológicos que impulsaron el crecimiento de la industria. El ferrocarril, construido a fines del siglo XIX, permitió transportar vinos a otras regiones y al exterior, consolidando a Mendoza como potencia vitivinícola.
A comienzos del siglo XX, la plaga de la filoxera devastó viñedos. La recuperación llegó con el injerto de vides europeas en portainjertos resistentes, lo que permitió salvar la producción y reinventar la viticultura mendocina.
El siglo XXI marcó un renacimiento. Las bodegas invirtieron en tecnología, sostenibilidad y nuevos estilos, elevando la calidad a estándares internacionales. Hoy, Mendoza ofrece una diversidad que va desde Malbecs elegantes hasta Torrontés frescos, atrayendo a viajeros de todo el mundo.
La historia del vino mendocino es una mezcla de tradición, innovación y pasión. Desde los viñedos ancestrales hasta el reconocimiento global, Mendoza se consolidó como una región que simboliza orgullo, excelencia y prosperidad para Argentina.